sábado, 13 de enero de 2018

Ensimismado



Corto de miras, un lelo, ensimismado en lo que escribo, sin mirar a los lados, no como esos reptiles de mirada periférica, un camaleón por ejemplo, no, con orejeras, mirándome el ombligo sin cesar, sin mirar hacia otros lados, que los hay, vaya si los hay, leer, sentirlo, admirarme acomplejándome, empequeñeciéndome, agarrándome al absurdo de la estadística, sí pero yo tengo más me gusta, cómo se puede ser tan simple, que sí, que de escribir  sentimientos que nacen dentro de la piel, debajo, en las entrañas, por ahí, doliente voz borboteando en inviernos del alma, amor encontrado en Ella, en otras Ella, en un templo de Barcelona, yo qué sé, paso a escribir como un amanuense, un monje benedictino que copia textos desde la esquina del cerebro que organiza un Stockhausen  ibérico, un burgués emocionalmente inestable, al borde de la melancolía, un perro negro a punto de morderme las pantorrillas, ¿ves?, a nadie le importa esta retahíla de boberías alienadas en el escaparate, lo sé, mi espejo habla, habla el que en él se refleja y dice, me dice, espabila, chaval déjate de nostalgias del piso de Tívoli, infancias en una cocina luminosa entre mujeres y risas, salto al vacío de la vida, soledades compartidas, las garras del trabajo, el primer beso en la sombra, el tedio, el miedo, el amor como una losa, siempre una Ella en la confluencia entre ser y no haber sido, esperando su llegada, su paso, y no venía, llegó tantos años después, podemos ser amigos, ¡no!, que no quiero ser su amigo, solo, que quiero su cuerpo enjuto y pálido abrazado al mío en la ternura, crucificados a besos nunca dados, inventar la dulzura de una voz ahora tan ronca, definir la pasión, imaginar caricias en sus muslos, esto es así, empieza en uno y termina en infinito en esas madrugadas plomizas en las que el viento alborota las gaviotas que van de un sitio a otro, galopando entre olas oscuras, de la alameda llega el silbido entre los árboles deshojados, una ausencia hizo la otra, melodía prófuga, la vida pasa en tres minutos de una canción de Sinatra, my way, descifrar lo incomprensible, la travesía de los días, vivirlos con el corazón colgado de un bramante de sueños desmedidos, mirar la luna hasta perder la razón, si aún quedaba, el desaliento de las amistades que se fueron, recuerdo las playas, las blandas arenas que he pisado en bajamar, los brazos bronceados, las huellas en la orilla, su bikini escueto y verde, sus caderas generosas, mi cuerpo varado junto al suyo en las noches oscuras y cálidas, un aeropuerto en Bruselas, la retirada cuando me reñía, sus labios llamándome luego, ven, desnudos sobre el crepúsculo, el nuestro, un tiovivo de voces, su acento dulce, la escarcha de las despedidas, no te vayas , amor, ¿volverás?, como un funámbulo sin equilibrio, caminando sobre un alambre tenso, sin red abajo, me rompí las piernas, el alma, las ilusiones, la esperanza, nadie aplaudía ya, los violines, aquella orquesta  pagada, toquen otro vals, el último, ¿qué queda?

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